América Latina enfrenta una caída progresiva en sus reservas de hidrocarburos, no solo por el agotamiento natural de los yacimientos, sino por la falta de inversión, incentivos y condiciones estables para la exploración. Sin nuevos descubrimientos, la autosuficiencia energética regional está en riesgo.
Las reservas probadas de petróleo en América Latina, excluyendo a Venezuela, han disminuido de forma sostenida en las últimas décadas. Según datos de la Dirección de Investigaciones Económicas de Bancolombia, el volumen de reservas cayó de aproximadamente 65.000 millones de barriles en los años 90 a solo 46.000 millones en la actualidad. Este deterioro refleja un retroceso estructural que obliga a los gobiernos a tomar medidas urgentes.
El dato más revelador proviene de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que estima que la región —sin considerar a Venezuela— cuenta con un horizonte de solo 9,8 años de producción petrolera, si no se incorporan nuevos descubrimientos.
Latinoamérica enfrenta una encrucijada energética ante el declive de reservas
La reducción de reservas de hidrocarburos en América Latina no responde únicamente al agotamiento natural de los yacimientos, sino también a una preocupante falta de inversión sostenida, incentivos adecuados y condiciones regulatorias estables que fomenten la exploración. Esta combinación de factores está debilitando progresivamente la autosuficiencia energética de la región.
En diversos países latinoamericanos, incluso aquellos que han incrementado sus presupuestos en el sector energético, la producción de petróleo y gas enfrenta un horizonte incierto. La geología desafiante, sumada a entornos financieros y políticos poco atractivos, ha frenado el interés de las compañías por iniciar nuevos proyectos de exploración.
A esto se suma la creciente presión del mercado energético internacional, marcada por precios volátiles, transición energética global y tensiones geopolíticas que impactan directamente en las economías exportadoras de crudo y gas. La situación es especialmente delicada para países que dependen de estos recursos como base fiscal o como pilar de su balanza comercial.
En este contexto, la región se encuentra en una posición vulnerable. Sin un renovado impulso a la exploración y sin reformas que generen certidumbre para las inversiones, América Latina podría enfrentar una contracción estructural en su matriz energética. El riesgo no es solo una caída en la producción, sino una creciente dependencia de importaciones en un entorno global cada vez más competitivo y costoso. La urgencia de diversificar fuentes de energía, modernizar la infraestructura y rediseñar estrategias de largo plazo se vuelve impostergable. Las señales técnicas ya son claras: si no se descubre nueva capacidad productiva en los próximos años, el margen para sostener la autosuficiencia energética se reducirá drásticamente.