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El acero de bajo costo producido en hornos de inducción: una amenaza creciente

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  • 23 de abril de 2025
El acero de bajo costo producido en hornos de inducción: una amenaza creciente

El uso de hornos de inducción y la falta de control técnico disparan alarmas en el sector.

A comienzos del siglo XXI, la industria siderúrgica sudamericana se proyectaba como un pilar clave para el desarrollo económico de la región. Sin embargo, esa expectativa ha sido opacada por una crisis que afecta a varios países del continente, y que tiene como principal detonante al acero proveniente de China. Particularmente en Bolivia, y con mayor intensidad en el departamento de Santa Cruz, se observa una creciente preocupación por la proliferación de acero de dudosa calidad, fabricado en hornos de inducción, lo que pone en entredicho la seguridad de construcciones públicas y privadas.

Varios informes especializados destacan que, aunque estos hornos están prohibidos en varias naciones debido a los riesgos en la calidad del acero que generan, en Bolivia se han identificado instalaciones pertenecientes a empresarios chinos, especialmente en el municipio de Warnes, que estarían afectando tanto a la producción nacional como a la importación legal de este insumo.

Empresas locales y organizaciones gremiales, como la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia y la Cámara Nacional de Industrias, han expresado su alarma por la falta de fiscalización efectiva. La preocupación central radica en que los controles de calidad son casi inexistentes, lo que permitiría la circulación de acero.  

Expertos en la materia, como los ingenieros Luis Callaú y José Padilla, hacen un llamado urgente a que el Instituto Boliviano de Normalización y Calidad (IBNORCA) intensifique sus labores de verificación. No solo se cuestiona el acero que se fabrica localmente en hornos de inducción, sino también aquel que es importado sin el debido control técnico.

Durante las últimas décadas, países como Bolivia, Brasil, México, Argentina, Colombia y Perú apostaron por impulsar su industria manufacturera con el objetivo de dejar de depender de la exportación de materias primas. En ese proceso, el acero se posicionaba como un recurso estratégico, dado su uso transversal en sectores como la construcción, la industria automotriz, la tecnología y la infraestructura.

No obstante, esa meta no se ha concretado. En el año 2000, Sudamérica representaba el 6,6% de la producción mundial de acero. Para 2023, esa cifra se redujo al 3,1%. La producción regional ha caído, pasando de 67,6 millones de toneladas en 2011 a 58,3 millones el año pasado. Las consecuencias económicas son alarmantes: cerca de 1,4 millones de empleos están en riesgo.

El principal factor detrás de esta crisis es la masiva exportación de acero subsidiado por parte de China. Según la Asociación Latinoamericana del Acero (Alacero), entre 2000 y 2023, el gigante asiático multiplicó por siete su producción y pasó de fabricar el 15% al 54% del acero mundial. Esta sobreproducción, sumada al apoyo estatal, permite a China ofrecer precios imposibles de igualar para los productores latinoamericanos.

Las estadísticas reflejan el desequilibrio: en 2000, América Latina exportaba 160 mil toneladas de acero a China e importaba la mitad. Hoy, las exportaciones a China cayeron 94%, mientras que las importaciones aumentaron casi 8.700%, alcanzando 10 millones de toneladas anuales.

Casos emblemáticos como el de la chilena Huachipato, que anunció su cierre indefinido tras pérdidas millonarias, ilustran la gravedad del asunto. Lo mismo ocurre en Brasil, donde Gerdau y otras empresas han suspendido temporalmente sus operaciones.

Pero ¿por qué el acero chino resulta más barato? La clave está en los subsidios estatales y en el uso de hornos de inducción, que no permiten un control adecuado de las impurezas presentes en la chatarra metálica utilizada como materia prima. Según el experto Luis Callaú, mientras que hornos como los EAF (arco eléctrico) permiten depurar el acero mediante escorias, los hornos de inducción IF no ofrecen ese margen, afectando directamente la calidad final del producto.

En Bolivia, la planta Min Xin en Warnes emplea hornos de inducción para fundir chatarra, proceso que debería complementarse con hornos EAF para garantizar estándares aceptables. Por otro lado, proyectos como la siderúrgica Las Lomas o la del Mutún sí incorporan procesos integrados que aseguran una mayor calidad del acero producido.

El contexto internacional también influye. Muchos países han impuesto aranceles del 20% al 25% al acero chino para proteger su industria. En América Latina, sin embargo, solo México ha aplicado una medida de esta magnitud. El temor a represalias de la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha frenado a países como Brasil o Chile, que han optado por tarifas más bajas que siguen permitiendo el ingreso de acero chino a precios irrisorios.

Otro aspecto fundamental es el ambiental. La siderurgia china, basada en carbón, genera 45% más emisiones de CO2 por tonelada que la latinoamericana. Además, el transporte transcontinental añade una huella de carbono aún mayor. Esto abre una oportunidad para que la región apueste por una producción más limpia, basada en energías renovables, lo que podría representar una ventaja competitiva en el futuro cercano.

Hoy, las siderúrgicas latinoamericanas operan solo al 60% de su capacidad. Recuperar el 40% restante puede significar no solo salvar empleos de calidad, sino revertir décadas de desindustrialización. El desafío está planteado: exigir controles de calidad, promover políticas comerciales justas y apostar por una producción sustentable son pasos urgentes para preservar el acero como motor del desarrollo regional.