La riqueza petrolera impulsa economías y atrae la atención en tiempos de transición verde
América Latina sigue figurando como una de las regiones más relevantes en el mapa energético mundial. Según recientes informes, países como Venezuela, Brasil y México están entre los principales tenedores de reservas petroleras del planeta, una posición estratégica que plantea tanto desafíos como oportunidades en un contexto global en rápida transición hacia energías limpias.
Venezuela encabeza el ranking regional y global, con las mayores reservas probadas, superando los 300.000 millones de barriles. Sin embargo, enfrenta retos importantes en producción debido a limitaciones tecnológicas y financieras. Brasil y México, por su parte, aprovechan mejor su capacidad, destacándose como principales productores en América Latina. Brasil, en particular, ha demostrado ser pionero en combinar la explotación petrolera con inversiones en energías renovables, marcando un enfoque mixto para la sostenibilidad económica y ambiental.
El impacto de estas dinámicas también alcanza a Bolivia, aunque de manera más discreta, pues su economía depende en gran medida del gas natural, otro recurso de peso en la matriz energética. Este contexto subraya la importancia de planificar estrategias que permitan diversificar economías altamente dependientes de hidrocarburos y adaptarse al cambio hacia energías verdes.
Expertos como el analista Marcelo Salgado destacan que la dependencia de los hidrocarburos en la región “no desaparecerá en el corto plazo, pero las economías deben aprovechar los recursos actuales para financiar transiciones hacia tecnologías limpias.” Este enfoque será clave para asegurar tanto estabilidad económica como competitividad internacional en un mercado en transformación.
En un momento donde los precios internacionales fluctúan y las demandas globales por fuentes limpias crecen, el futuro de América Latina en el sector energético dependerá de políticas claras y sostenibles que equilibren sus ventajas competitivas con el desafío de reducir el impacto ambiental. La oportunidad de diversificación energética está al alcance, pero requiere decisiones estratégicas que trasciendan la dependencia de recursos no renovables.